Uno ya no sabe si es la vida o el fútbol, o quizá las dos, las que son tan egoístas y crueles. El caprichoso destino ha querido que en las horas previas del Real-Madrid, sus dos grandes equipos, me haya quedado sin el último tío que me quedaba. El hermano mediano de mi querida madre. Muy madridista, pero con una importante parte de su corazón teñida para siempre de txuri-urdin porque amaba Donostia tanto como cualquiera de sus ciudadanos el resto del año en el que no estaba aquí. Suya es una frase que suelo recordar cuando nos visitan amigos de fuera, “aquí se come bien hasta en las gasolineras”.

Cuando era pequeño, le recuerdo siempre pegado a una cámara de fotos. Nos juntábamos en la casa que tenía mi abuela en Torrelodones y, en verano, en la donostiarra de mi abuelo en la calle Zumalakarregi, entre 15 y 25 primos todos más o menos de la misma edad. Se pueden imaginar lo bien que lo pasábamos. Era un especialista en hacer cosquillas, de esas que sacan tu mejor carcajada infantil. A día de hoy, me gustaría poder ver algún día su fototeca real de todas las instantáneas que tendrá de toda mi familia y del bicho bola que era yo (internacionalmente aún reconocido por los cabrones de mis primos).

Mi tío Alfonso, así se llamaba, era un loco de los caballos. Tenía clasificados a todos en unas fichas que guardaba en un archivador grande verde con semejante orden y meticulosidad que era un auténtico trabajo de chinos. Le costó dar el paso al ordenador, aunque siempre le gustaron las maquinitas. Recuerdo que tenía un simulador de carreras en una especie de innovadora BlackBerry con el que se podía pasar horas jugando. Lo malo de la computadora y de tener todo guardado ahí es que un día la perdió y me atrevería a decir que ahí empezó su despiadada y fulminante cuenta atrás.

Tengo muchos amigos y familiares del Madrid. Entiendo que convivan con la histórica complacencia arbitral y que nos puedan vacilar todo lo que quieran y más porque, desgraciadamente, la mayoría de las veces nos ganan. Lo que siempre me ha costado mucho ha sido aceptar cómo los aficionados blancos de bien, los aparentemente normales, se rindieron y cayeron en las garras del inefable Mourinho. Mi tío era una persona de una categoría superior que ha tenido a una extraordinaria mujer siempre a su lado que le mejoró en todo y hasta el último día la vida, hasta el punto de que no tuvo ningún problema en pasar de la noche a la mañana de ser una familia de seis a ser ocho (eso sí que es ser The Special One, aunque conociendo a mis adorados primos, como para no quererles como lo hacía él). Este héroe del que les estoy hablando sucumbió de forma increíble a los encantos del miserable técnico portugués. Es más, se partía de risa con sus conspiraciones judeomasónicas y se atrevía incluso a imaginar al susodicho despertándose en mitad de la noche con alguna idea retorcida para atacar de nuevo a Guardiola y los suyos.

Pero también soy capaz de encontrar relación a esta, sobre el papel inconcebible para mí, admiración. Mi tío era muy suyo, pero dentro de su independencia, siempre le gustó estar rodeado de su grupo de gente. De los suyos. Más que quedarme con anécdotas de jugadores famosos como Lampard o Drogba y de éxitos suyos, el verdadero secreto de Mou lo predican sus habituales reservas. Como el meta Carlo Cudicini, al que tuvo en el Chelsea: “Ya éramos un buen equipo, así que supongo que lo que nos aportó fue la mentalidad para ser campeones. Arrogancia, conocer los puntos fuertes del equipo y tener capacidad de persuasión para empujar al conjunto en la dirección correcta; esas eran sus mayores cualidades. Jugaran o no jugaran, estuvieran o no contentos con su situación, hizo que todos remaran en la misma dirección, y esa es la razón por la que el Chelsea ganó el título por primera vez en 50 años. En mi caso escogió a Cech por delante de mí, así que pude comprobar cómo lo hacía para convencer al grupo de que esto era cosa de todos, de que buscábamos un mismo objetivo. Y me convenció a mí también”.

Cuestión de fe

Este último apartado, no solo lo relaciono con mi tío, sino también con nuestro Imanol. Que las ramas como el título del vecino o el extraordinario triunfo de uno de los nuestros como es Xabi Alonso nos permitan ver el bosque. No estoy muy de acuerdo con que esta sea su mejor temporada y con que hayan generado más ocasiones que el rival en todas las derrotas, pero sí destaco su gestión de vestuario, que no tiene enfadados porque todos confían en su proyecto y sus irrebatibles méritos deportivos contraídos. En una misma campaña no casa entrar entre los 16 mejores de Europa y el cacareado e incomprensible fin de ciclo que demandan los más agonías e inconformistas. Perdónales, señor, no saben lo que dicen. Pero tengo muy claro que este equipo se encuentra en deuda con su afición y le tiene que dar una gran alegría como es derrotar de nuevo al Real Madrid. Lo he comentado mil veces, he visto a plantillas realistas mucho peores doblegar a los merengues en Donostia. Me da igual si vienen con suplentes, con Santillana, Butragueño y Pirri, pero aquí saben de sobra el mal rato que les espera. Es una simple cuestión de fe y, a falta de resultados en casa, en este apartado vamos sobrados con esta Real. No es que no merezca perder nunca, es más bien que siempre creemos que va a vencer. Y eso se lo han ganado ellos.

El último partido que vio mi tío en Anoeta fue la vuelta de la previa de la Champions contra el Lyon en 2013. Todavía recuerdo que se quedó alucinado con el ambiente y el hecho de que todo el mundo llevara la camiseta de la Real. Lo que habría disfrutado con el llenazo de esta noche… Desgraciadamente hoy solo tenía entrada en el tercer anfiteatro. Y a pesar de ser del Madrid a lo Mourinho, seguro que hubiera deseado la victoria de los txuri-urdin. En su honor, por él y por todos los demás que no están y nos faltan en los días más grandes. Por los nuestros. Un solo grito: Real. ¡A por ellos!