El mundo de caos que llevamos no nos permite mantener nuestra paz interior. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo obtener un poco de tranquilidad con tanto ruido?

Uno de los políticos más influyentes del siglo XX fue el recientemente fallecido Henry Kissinger. Cuando se dedicó a estudiar a los mejores líderes de su época observó un patrón común: antes de tomar una decisión muy importante dedicaban un amplio espacio de tiempo a la reflexión. Hoy eso se ha perdido: las personas que ocupan altos cargos tienen múltiples asesores, da cada uno su opinión y al final prima la ocurrencia. No es extraño: recibimos impulsos sin parar. Es más, recibimos tantos que no sabemos estar sin ellos. Nos cuesta tener un rato de paz en nuestro hogar. No solo son las pantallas: música de fondo, conversaciones por teléfono, lecturas de informes pendientes o asuntos varios ocupan nuestros pensamientos de modo incesante llegando a bloquear nuestra paz interna, algo que anhelamos todos. Se trata de aprender a vivir sin tanto estímulo. Usar parte de nuestro tiempo para meditar, reflexionar, conversar o realizar actividades supuestamente “inútiles” es fundamental. Por desgracia, temas como aprovechar la vida a tope, alcanzar un estatus determinado o aumentar nuestros recursos económicos los tenemos tan interiorizados que requieren una profunda reflexión para poder aplicarlos de forma más equilibrada y coherente. No lo olvidemos: antes de morir, nadie se arrepiente de no haber comprado un coche más caro o de no haber visto durante más tiempo la televisión. El desarrollo personal pasa por fomentar la “inteligencia contextual”, aquella que nos permite adaptarnos al entorno.

Se compone de cinco niveles. El espiritual sirve para contactar con realidades superiores a lo que vemos en términos materiales. Tiene un sentido religioso o místico. El intelectual tiene dos aplicaciones: sirve para ser competitivo a nivel profesional y para seguir asimilando conocimiento, sea del tipo que sea. El físico nos mantiene en armonía con las actividades que deseamos realizar. Si no cuidamos nuestro cuerpo tarde o temprano este se revelará contra nosotros. El social sirve para relacionarnos de manera equilibrada y en cualquier ámbito con otras personas. Trabaja aspectos como la empatía o la asertividad. El emocional es útil para tomarnos los sucesos cotidianos de forma menos dramática. Lo más práctico es clasificar los estímulos externos en tres tipos. Unos son tristes, otros alegres y otros dependen de cómo nos los tomamos. Definitivamente, no podemos avanzar sin trabajar todos los aspectos que contienen nuestra inteligencia contextual. Por otro lado, dos aspectos que dificultan nuestra tranquilidad son los conflictos, que pueden ser interiores y exteriores, y la sensación de injusticia. Vamos a abordarlos.

Respecto de los conflictos internos, muchas veces no somos consistentes entre lo que hacemos, lo que decimos y lo que pensamos. Es lo que se llama disonancia cognitiva. Y es que nos desesperamos: no hay forma de comenzar a hacer deporte o de abandonar los vicios que nos atormentan. Hay dos trucos útiles. El primero es usar una frase interna: “Si hoy no madrugo y me activo, no me voy a soportar”, o “si como un pastel más me sentiré mal durante todo el día”. El segundo es tener en cuenta que la clave es llegar a un punto en el que nos suponga esfuerzo quedarnos más rato en la cama o comer otro pastel. En contra de la intuición popular, se trata de adquirir un hábito concreto de forma mecánica e inconsciente. No hay alternativa. Pasamos a los conflictos externos. Los hay de todos gustos y colores, comenzando en la familia y terminando con personas que a lo mejor sólo vamos a ver una vez en la vida. ¿Qué podemos aplicar aquí? En primer lugar, intentar comprender el punto de vista del otro. No hay otra. En segundo lugar, entender que la mayor parte de las veces que un suceso nos perjudica no es porque deseen nuestro mal ajeno; es algo tan sencillo como el interés propio. En tercer lugar y muy útil: aplicar el sesgo de atribución. Tendemos a asociar a la persona lo que es parte del contexto. Alguien que conduce mal puede ser debido a una preocupación que le atormenta. Unos gritos a destiempo implican desequilibrio emocional por parte de quien los profiere. El mundo es injusto. Las guerras no tienen ningún sentido y no dejan de surgir. Un compañero que hace la pelota al jefe asciende cuando sentimos que nosotros tenemos más méritos. Algunos políticos sin escrúpulos adquieren los puestos más altos, dejando apartados a personas honradas con mejores capacidades. Es una pena y una desgracia, pero es así. ¿Qué hacer? Informarnos, relativizar, comprender, actuar. Desconectarnos de los estímulos, desarrollar las cinco inteligencias, modular nuestros conflictos y comprender estoicamente que el mundo es injusto son condiciones básicas para alcanzar la paz interior.

* Profesor de Economía de la Conducta. UNED, Tudela.