La resaca electoral trae consigo sesudas reflexiones y por ello les traigo la mía, que apenas vale dos duros. Los comicios han dado a luz a un bipartidismo abertzale que, paradójicamente, sólo puede gobernar gracias a un partido teledirigido desde Madrid –veremos aún a un Andueza pidiendo plato de caza mayor como Educación–. En una campaña con la sociedad tensionada sobre el liderazgo entre el PNV y EH Bildu, la realidad es que el 37,5% de los ciudadanos se ha quedado en casa, desechando tanto el voto activo como el reactivo, y dejando el centro libre a los de Sánchez, al que unos aprueban los presupuestos gratis y al que los otros no terminan de arrancar compromisos sobre el Estatuto. El Parlamento Vasco más nacionalista de la historia iniciará una legislatura en la que, si se confirman las expresiones de la campaña, por necesaria contraposición de modelos, podría presentar un jeltzalismo escorado más hacia lo neoliberal y a una EH Bildu vestida de socialdemócrata pero con alma de cryptobro, con los deberes éticos sin hacer y cómoda en la oposición. Un posible pacto de Estado entre ambos –propuesto por Otxandiano a Pradales en el debate– podría resultar deseable pero se asemeja más a aquel que Feijóo le suplicó a Sánchez, imposible de materializar. En cuanto al lema del PSE, Vota a quien decide, es una provocación digna de su candidato, pero alberga una verdad que se refrenda con el dato de la abstención. En el centro hay espacio para agentes que moderen los extremos. Lo que faltan son opciones interesantes.